Hasta los Superhéroes Necesitan Apoyo
Batman ya sabía japonés…
El ideograma que encabeza esta reflexión de hoy quiere decir «persona» en japonés. Me lo envió mi amigo Emilio hace unas semanas, acompañado del significado profundo que hay detrás del dibujito, que es la chicha del asunto de hoy. Si lo miras bien, está compuesto por dos líneas: una diagonal a la izquierda que se apoya sobre otra a la derecha. La primera depende de la segunda. La segunda es el apoyo de la primera. Si ésta se va, la otra se cae. Y qué mejor metáfora para describir una persona.
Somos personas en cuanto a que necesitamos apoyarnos en alguien y a la vez ser apoyo para alguien.
Aunque nos empeñemos en montarnos la vida por nuestra cuenta en plan «yo me lo guiso, yo me lo como», pronto nos daremos cuenta de que no vamos a ninguna parte si no compartimos ese guiso con alguien. Hasta Batman, en su intento de restaurar el orden social y pelear contra los malos, necesitó de un confidente, de una persona que le apoyase y que cuando él flaquease estuviese allí para animarle. Por eso se buscó a Robin.
Los PODERES se convierten en SUPERPODERES cuando los compartes con alguien y te dejas ayudar.
¿Y tú, eres aprendiz de Batman?
(*Ya sé que el de la imagen es Superman y no Batman, pero cualquier superhéroe va siempre acompañado)
Realmente, si queremos aprender de los que saben debemos acostumbrarnos a pedir ayuda. Tenemos que empezar a sentirnos cómodos siendo ayudados.
Y este tema a algunos se nos da muy mal. Muchos somos grandes salvadores y tenemos un complejo de auxiliadores que a mí me da hasta miedo. Cuando conozco a personas que están absolutamente dedicadas a los demás y que no tienen tiempo para ellas mismas, me hecho a temblar, porque eso supone que han perdido su centro y que les asusta mirar para dentro. Como no quieren observar lo que existe en su mundo interior (fantasmas, sombras, dudas, sufrimientos…) entregan su tiempo y energía en cuerpo y alma a cuidar del otro. Al final, por supuesto, esta ley del embudo contrariada «mucho para los demás y poco para mí» tiene su coste: salud física y emocional deteriorada. Piensa que hasta la Madre Teresa de Calcuta, quien dedicó su vida a ayudar a los pobres, se retiraba un rato al día a dialogar con Dios, con su espíritu, a coger fuerzas y energía en soledad para poder seguir con su labor sin enfermarse el alma.
Por lo tanto, todos necesitamos que exista un equilibrio entre lo que damos a los demás y lo que nos damos a nosotros mismos o recibimos de otras personas.
De hecho, si nos supone tanto placer conceder soporte a los demás, deberíamos dar la oportunidad, a las personas de nuestro entorno, a que nos presten su ayuda y que también experimenten ese placer de ayudarnos. ¿No crees? Así conseguiremos que ese flujo de energía de dar y recibir no se vea bloqueado nunca, que fluya con facilidad.
Entonces, ¿qué me está impidiendo convertirme en Batman?
Cuando necesitamos ayuda pero no nos atrevemos a pedirla, puede ser por uno o ambos de los siguientes motivos. Quizá te sientas identificado, según la situación, con alguno de éstos:
1. Miedo e Sentimiento de Inferioridad.
Creemos que al otro le va a molestar. Nos da apuro o vergüenza. O tal vez sentimos que le vamos a poner en un compromiso si le preguntamos algo. No queremos importunarle o que deje de hacer cosas por prestarnos apoyo. Tenemos miedo a ser rechazados, a mostrarnos débiles y a que los demás se aprovechen de esa debilidad. Incluso puede que no nos sintamos merecedores de ayuda y no aceptándola estamos cumpliendo el auto-castigo que nos imponemos.
Por ejemplo, esto sucede mucho en los colegios. Los niños no se atreven a levantar la mano en clase porque temen que los demás se rían de ellos por no ser perfectos o suficientemente inteligentes. Cuando en realidad, a todos nos sucede prácticamente lo mismo, en el colegio y en la vida adulta.
2. Ego como un castillo.
Creemos que no hay nadie en el mundo que sepa solucionar algo que nosotros no sabemos. Yo lo sé hacer todo. Si yo tengo esta duda, cómo va a poder ayudarme el vecino, que es más cateto…
Y esta creencia puede ser muy peligrosa, más si cabe que el motivo anterior. Si estás convencido de que nadie sabe más que tú, no estás dejando que la vida te sorprenda, que los demás accedan a enseñarte algo valioso. Dejarán de interesarte los otros seres humanos, porque total, qué vas a aprender de ellos… Vamos, acabarás viviendo como un moribundo repleto de dudas, pero con la seguridad de que cuando te mueras quizá Dios, si es más listo que tú, te las resolverá.
El diálogo del Superhéroe
1. «Estoy feliz de tener dudas»
A partir de ahora, prueba a levantar la mano y a preguntar en clase (y en tu vida). Míralo como lo que es: un acto de valentía, pues estás demostrando que quieres aprender más y que estás interesado en tu propio crecimiento, y a la vez es un acto de confianza en el otro, porque te entregas al conocimiento o criterio que puede aportarte.
Una duda es una gran iluminación.
Es decir, tener dudas y pedir ayuda para resolverlas es el signo de que todavía hay espacio para seguir avanzando en la vida. Si lo tienes todo claro es que estás muerto.
2. «Pregunto y aprendo de los demás»
Es importantísimo contar con el feedback de los que te quieren y están a tu alrededor. No para que te creas todo lo que dicen a pies juntillas o para que vivas basándote en sus opiniones, sino para aprender de ellos. Sal a la calle y comienza a mirar a las personas a los ojos con la creencia de que todos y cada uno de ellos tienen algo nuevo y especial que aportarte. Y te vas a sorprender. El becario al que sólo saludas con «hola y adiós», la charcutera de la tienda de abajo, el amigo de tu hijo, la vecina pesada…Todos ellos, si les escuchas atentamente, tienen una lección útil para ti y te pueden ayudar cuando lo necesitas. Sólo que tienes que estar abierto a recibir su ayuda.
3. «La Felicidad, si no es compartida, no es felicidad»
Esta lección me quedó clara cuando hace años ví la película «Hacia Rutas Salvajes» («Into the Wild»), que para colmo está basada en hechos reales. El protagonista se empeña en tratar de conseguir uno de sus grandes sueños: llegar a Alaska. Pero lo hace solo. No quiere compañía. Quiere probarse que él solito sabe y puede. Durante el trayecto y una vez allí, vive experiencias maravillosas en medio de la naturaleza. Pero al final su felicidad, por no ser compartida, se ve truncada.
Mi consejo, no sólo para tí sino también para mí misma y para cualquiera, es que elijamos los Robin de nuestra vida. Qué personas, en cada momento y lugar, son las que más conectan con nosotros, con nuestra visión del mundo, y quiénes son los que verdaderamente nos pueden ayudar a sacar nuestros proyectos profesionales y personales adelante. Tú mismo también, déjate ser el Robin de otra persona que sueñe con ser Batman. En definitiva, no emprendas solo. Comparte tu talento, tus dudas, tus preocupaciones con los demás. 4 ojos ven más que 2, e imagínate 40 ojos… Así que deja la cueva, destapa tus dudas ante las personas queridas de tu entorno y pide ayuda cuando sea necesario. La mayoría de ellos estarán encantados de echarte una mano para que seas más feliz y te vayan mejor las cosas. ¿A qué esperas?
Y a ti….
¿También te resulta complicado pedir ayuda? ¿En qué situaciones? ¿Cómo te sientes?
¿Ya cuentas con tu Robin? ¿Cómo te ves trabajando o compartiendo con otros? ¿Qué beneficios has tenido?
Cuéntame.
…
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La misión de Pilar Corcuera es difundir herramientas de conciencia corporal, mental y emocional. A través de sus artículos semanales y sus sesiones de trabajo corporal garantiza que sentirse bien y ser feliz es posible.Puedes leer su historia aquí |