Foto Cabecera: Old man’s head, 1858 – Jan Matejko –
Sentirse útil y querido. Son dos cosas que nos proporcionan ganas de vivir.
Dos sentimientos que se cultivan en las relaciones con los demás.
Cuando uno es niño, adolescente, joven… es más fácil tener estas dos cosas satisfechas. El mundo ama la juventud y la juventud se levanta con un sentido, con un porqué, con un propósito.
¿Qué pasa cuando uno se va haciendo mayor?
Pasas a ser un estorbo, una carga, o como mucho el cuidador de unos nietos que seguramente no saben apreciar los tesoros y la sabiduría dada por la experiencia de su abuelo que les cuida.
A mí esto me parte el corazón. No sé a ti.
Debe de ser porque la persona que más me ha querido incondicionalmente fue mi abuela. Debe de ser porque gracias al poquito de consciencia que tengo, sé que yo también seré mayor algún día y me gustaría seguir teniendo motivos para vivir. Me gustaría seguir sintiendo el amor de los que me rodean. Me gustaría seguir haciendo reir a los demás, me gustaría que mi familia me siguiese consultando cosas, contando conmigo para los planes. Me gustaría vivir en una sociedad que me entendiese, me respetase, me ofreciese vías para seguir aportando cosas útiles a los demás en lo que yo pueda hasta mi última exhalación.
Y seguro que tú, que estás leyendo esto ahora, también deseas lo mismo cuando seas más mayor.
¿Entonces cómo lo hacemos? ¿Cómo mejorar el trato que se les da a los mayores? ¿De qué manera podemos entre todos comenzar a darle mucho más valor a los abuelos y abuelas en nuestra sociedad?
Desde luego y primero educando a los niños, proporcionando en el colegio y en casa espacios de compartir entre niños y mayores, entre nietos y abuelos. Y sin duda, también empezando esa transformación por uno mismo. En el día a día, cuidar las relaciones que tenemos con personas más mayores, tomar consciencia de su importancia y enorme valor, escucharles más.
Por ejemplo, abriéndote a entablar amistad con gente más mayor que tú, llamando o escribiendo o mejor aún visitando a tus abuelos, a tus padres, a tus tíos, a todos los mayores de tu familia. Y sobre todo, cada vez que te encuentres con un mayor, ser más comprensivo, paciente, curioso, amoroso, darle más abrazos y besos, cogerle de la mano, mirarle a los ojos, hacerle sentir su utilidad, hacerle reír y retarle con conversaciones de todo tipo ya que seguro que siempre tienen algo que decir y una opinión que merece ser escuchada.
¿No te gustaría que por tí hiciesen lo mismo?
Mi «abueli» y yo. 12 enero 2013
Aquí os dejo hoy con un escrito que mi amigo Emilio, un «octogenario juvenil» como yo le llamo, me envió esta mañana. Lo escribió hace siete años y pena me da que las cosas no sólo no han cambiado en este sentido, sino que han empeorado más si cabe. Me ha removido tanto que le he pedido compartirlo aquí en el blog. Para mí, es un grito, un reclamo de atención hacia este colectivo que somos todos, seremos todos. Tu también.
Ojalá te pinche en el corazón tanto como a mí y abramos los ojos, despertemos para mirar hacia el futuro que siempre llega y actuemos desde ahora en consecuencia honrando a los mayores de nuestra sociedad.
Cuando ya se camina sobre el futuro…
El horizonte se toca con la mano, el arco iris se aprecia en blanco y negro…
La pérdida de la esperanza, la ausencia de futuro, la caída en el abatimiento, la deserción de tu sentido de la vida, el abandono de tu ideal. Eso es lo que poco a poco se va sintiendo y apoderándose de tu cerebro, eso es lo que en definitiva corroe tus sentidos, traza arrugas en tu alma y penetra finalmente en tu organismo, restando capacidad de respuesta a cada uno de tus órganos vitales.
Es el mensaje del cerebro, el que comanda en el deterioro de tu salud, es el que no encuentra razón de seguir manteniendo la química de un cuerpo, cuando ya tu ser no encuentra su lugar en la sociedad, ni en su entorno, y ni en sus allegados ni en el cariño debido.
Cuando se aprecia día a día el distanciamiento que produce tu existencia con el resto de la sociedad, cuando dejas de contar porqué ya nadie cuenta contigo, sin haberte consultado… si quieres seguir.
Dan por hecho ya, en esta sociedad de usar y tirar, que las personas tenemos fecha de caducidad y como se desecha el yogur que nunca se estropea, así se desecha a una persona por su edad.
Nadie es consciente del deterioro interno que se inicia lentamente, cuando a pesar de querer seguir siendo útil, vas notando el rechazo instintivo de esta sociedad orgullosa intérprete de su papel, de su culto a la juventud, pero ignorante de que un día encontrará el rechazo que ella propiamente cultiva. Cada día que pasa es uno menos que le queda, uno más cerca de su desenlace.
No se para a pensar que en las sociedades orientales, el anciano es respetado querido y tenido en cuenta, “tiene su sitio”. En estas sociedades se dan los mayores índices de longevidad útil, no dependiente. Es simplemente que el cerebro del mayor en la medida que se acerca a la ancianidad, lo va haciendo sintiéndose querido y útil, con lo cual su cerebro comanda y mantiene la química del cuerpo de acuerdo con su edad, pero sin deterioros que impidan una ocupación adecuada diaria, con la que se siente útil y querido.
Sentirse rodeado de lo que siempre tuvo uno, en cuanto a enseres, y con el cariño de la familia, como lo tenía cuando joven, sintiéndose un miembro aún útil más de esa familia que él creó, no ser una preocupación, no ser un problema claramente visible y sin disimulo de sus allegados. No sentirse aparcado en manos de cuidadores, como una mascota cuando estorba en vacaciones. Nada más triste cruel e inhumano que una residencia de mayores. Nada más alejado de la necesidad real del mayor, que separarle de su crisálida, de su vida, de sus costumbres y de los que eran sus allegados, por los que él se dejó su vida.
La sociedad occidental hace años que dejó de saber tratar a sus mayores. No se educa a los niños en este valor.
El bienestar tan políticamente tratado, la sociedad del bienestar, es un puro titular.
Los contenidos de sus soluciones carecen de humanidad, contribuyen más al deterioro de ese mayor encaminándole hacia la ancianidad, sin que conserve el menor ideal. Para él, todo ha terminado, ya sólo le queda esperar que le llegue su hora. Se le encamina a un Centro de Día, en donde sin la menor evaluación de sus capacidades, se le pone a jugar al parchís o a hacer manualidades. Como único paliativo se publican los índices del mayor crecimiento de esperanza de vida.
El culto a la juventud, la pérdida de valores, el ritmo de vida, una competitividad desmedida, un querer alcanzar metas sin considerar su precio, no sólo en cuanto a la salud, o lo que por el camino se va uno dejando – que vale mucho más que el dinero o el prestigio social que se pretende alcanzar- hoy es como una religión, siendo de obligado cumplimiento y precepto seguir esa liturgia, que nos encamina inexorablemente hacia nuestro propio y triste porvenir de mayores sin un ideal, relegados, arrinconados, desarraigados y con el cariño, dosificado en visitas.
La soledad que el anciano en la mayoría de los casos busca, es el descanso del guerrero, evadirse de la presión a la que le somete la sociedad con su esquema, con su incomprensión y ausencia de consideración, sin su derecho de vivir dignamente, después de haber cumplido con todas sus obligaciones. En esta soledad se descubre como cierta la reflexión de “ser más rico cuanto menos se necesita”.
En esta “sociedad avanzada” se considera un derecho proporcionar una muerte digna a los ancianos, nadie solicita para él “una vida digna”. Nos pusieron a los mayores en situación de inútil total, para lograr nuestro pronto deterioro y así asistirte con tu derecho a esa muerte digna.
El anciano ya no tiene sitio en la sociedad occidental.
La sociedad occidental perdió sus valores, está en clara decadencia. En esta sociedad el mayor, el anciano o como se nos llame, no alcanza su derecho de serlo, como antes digo, ni después de haber cumplido fielmente, durante toda su vida, con todas sus obligaciones. La Declaración Universal de los Derechos Humanos carece de la Declaración Universal de Obligaciones del Hombre.
Sene, provecto, mayor, anciano…o como se nos llame,pero “manteniendo un ideal, que nos proporcione una vida digna”.
Emilio Castellote 14 de noviembre de 2010